«En ese año funesto de 1960, un tal licenciado Peredo estableció en la Ciudad de México la censura teatral para las obras que en su mente de mico llamaba "de vanguardia". A su gubernamental Oficina de Espectáculos no sólo había que enviar el texto con una descripción de la puesta en escena, sino que se debía soportar que un inspector viera la obra antes del estreno y cortara lo que considerara nocivo. En caso de desobediencia, Peredo procedía a vetar la obra por completo. Es así como me clausuró La sonata de los espectros de Strindberg, La lección de lonesco y también una obra mía, La ópera del orden. Esta última vez no sólo envió a un grupo de granaderos para amenazarnos, sino que decretó ponerme en una lista negra.
Como resultado, los cursos de pantomima que yo daba en la escuela de teatro de Bel las Artes me fueron cancelados y, habiéndose corrido la voz de que estaba maldito, ningún empresario ni dueño de teatro, por miedo al PR1 (el entonces partido político oficial, al que pertenecía Peredo), quiso seguir trabajando conmigo. Tampoco los pintores, actores, músicos y escritores que habían medrado popularidad a través de mis espectáculos, osaron tenderme una mano. Durante unos meses viví de nada, masqué sombras y bajé de peso. En ese ostracismo, sólo dos mujeres ignoraron el ninguneo. Una fue la que en ese momento era mi esposa, Valerie, que para asegurar el pan nuestro de cada día trabajó de corista en el restaurante-cabaret " La Vendimia", paseándose por entre los comensales con una mandolina y exiguas ropas. La otra inolvidable mujer fue la actriz Elda Peralta. Ella, una estrella del cine mexicano, apasionada por el teatro, había aceptado los sueldos anémicos que yo podía ofrecerle para participar en algunos de mis espectáculos Cuando Peredo me dio el cuchillazo, Elda me ofreció trabajar como actor, bajo el seudónimo de Martín Arenas, en una obra que partió de gira por toda la República. Esto me permitió, por una parte, subsistir varios meses y, por otra, conocer al novelista Luis Spota, de quien Elda era novia.
«Tenga el lector en cuenta que en ese periodo se me consideraba un enemigo público. Las autoridades, para educar al pueblo, que sin rodeos tiraba sus desperdicios en las calles, proponían en periódicos, revistas, radios y televisores: "i Ponga la basura en su lugar l" A este lema, los periodistas enemigos agregaron otro: "i Ponga a Jodorowsky en su lugar1 ", pidiendo a ocho columnas que se me aplicara el artículo 33, la expulsión del país, por extranjero pernicioso... Luis Spota me trató como a un amigo. Me consoló diciendo: " No te preocupes por lo que te quieren hacer, sino por lo que te pueden hacer". Siendo presidente de la Comisión de Box, pudo también decirme: " No gana el que pega más duro, sino el que resiste más".
Esto me decidió a continuar. Si no podía ganarme la vida en el teatro o el cine, lo haría a través del cómic... Puesto que mi amigo dirigía el semanario cultural del periódico El Heraldo de México, le propuse una historieta en cada número. A pesar de que yo nunca había estudiado dibujo, la necesidad de trabajar me dio el valor de lanzarme a la acción, olvidando el ojo crítico de mis amigos pintores, en su mayoría influidos por la pintura abstracta norteamericana. Spota, acostumbrado a todo tipo de ataques por parte de la "intelectualidad" a causa de su enorme éxito popular, aceptó la idea y, sin preocuparse de mi negativa fama, me pidió cuatro páginas adelantadas.
«En los camerinos de "La Vendimia", de media noche a cuatro de la madrugada, entre mesas cuajadas de maquillaje, calzones con lentejuelas, senos de caucho, abanicos de grandes plumas, encueradas sudorosas y ronco vocerío de borrachos lúbricos, dibujé mi primera fábula pánica. Lo hice con un lápiz y una goma, borrando innumerables veces. Avancé como pude, es decir lentísimo. Logré terminarla al cabo de una semana. El mensaje que ella contenía era desesperado: la realidad es semejante a una máquina que vemos simple cuando somos niños, pero que a medida que envejecemos se hace más y más incomprensible. Al morir nos damos cuenta de que la vida no tiene sentido.
Durante varias semanas creé este tipo de historietas, influido por los ídolos literarios de la época, tales como Kafka: no hay salida, los personajes deben ser antihéroes, el tema principal del escritor es su propia neurosis. Muy pronto me sentí fatigado por el negativismo intelectual. Si me dirigía a tantos lectores, debía mostrar lo positivo que encontraba en la vida. Y así, poco a poco, fui integrando en mis torpes dibujos las enseñanzas Zen, la sabiduría iniciática, la simbología sagrada, etcétera.
«Más tarde, esto me llevó a pensar que el único arte válido era aquel que servía para sanar.
Si bien al comienzo tuve tiempo para dibujar debido a la humillante cesantía, cuando Peredo hizo mutis y la lista negra fue olvidada, los múltiples espectáculos en los que me sumergí me impidieron cuidar mis trazos. El contenido no cambió, pero la forma palideció. Más adelante, para poder ocuparme con tranquilidad de la filmación de La montaña sagrada durante dos meses y medio, me vi obligado a parir diez fábulas en un solo día... Si el lector me otorga su indulgencia, solicito que termine este prólogo leyendo la fábula número cien.»
Alejandro Jodorowsky
(Prólogo)
Descargar / Download